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Mensaje por Emmanuel Saiteck Lun Mar 07, 2011 12:41 pm


Las pisadas de Emmanuel eran firmes y seguras, pero sin caer en la simpleza de un movimiento mecánico. Un par de hombres vestidos de negro lo seguían como si fueran su sombra o unos cachorros que lo hubieran tomado por madre adoptiva. ¿Molestarle? Un poco, pero algunos consejeros habían asegurado que era estrictamente necesario, teniendo en cuenta que empezaban a conocerse los paraderos de un grupo de rebeldes antigubernamentales. Salía del banco nacional, donde había podido comprobar que su adorable esposa había vuelto a darse de caprichos con su hija mayor, Kyra. El director del banco, que se esforzaba día a día por mantener unas relaciones extraoficiales con el presidente para beneficiarse de los privilegios que su amistad suponía, le había entregado la lectura de las finanzas de los Saiteck. Él, con su habitual posado recto y serio, les había echado un ojo mientras maldecía una y otra vez esa manía de las mujeres de comprar para sentirse felices. El capitalismo y, en consecuencia, el consumismo, acabarían con él.

Sus hombres le indicaron que se le hacía tarde, por lo que Emmanuel se despidió del director del banco con un solemne apretón de manos y, siguiendo el protocolo , no tardó en entrar a la limusina de color blanco. Una vez dentro se limitó a observar ese paisaje difuminado tras unos cristales opacos de visión limitada. Toda precaución era poca, y Emmanuel más que otras personas, valoraba la intimidad de sobremanera. Hacía un día realmente soleado, de esos días en los que a uno le apetece salir del vehículo para acercarse dando un solitario paseo bajo la calidez del sol. Tras pensarlo mucho, Emmanuel se indicó al chófer que detuviera la limusina, sus guardaespaldas personales se mostraron ligeramente desconcertados, a lo que el señor Saiteck se limitó responder con voz madura y ronca. - Soy mayorcito. Puedo ir solo, no me perderé. - Y tironeó de la manilla de la puerta para empujar y salir en medio de la transitada acera. Llenó los pulmones de aire fresco e hizo una señal a sus hombres para que restaran en el interior y se dirigieran a la sede del Gobierno. Más tarde se reuniría con ellos. Por el momento tenía una cita.

Caminando caminando llegó a las puertas del centro comercial. Un par de mujeres se disculparon al golpearse contra el pecho de un alto hombre trajeado. Él se limitó a responder que no le dieran mayor importancia y ambas se alejaron murmurando coqueterías al percatarse de quién era ese varón. Emmanuel se planchó la corbata con las manos y se apresuró a entrar, sacándose esas opacas gafas de sol redondas que tantos años atrás habían sido moda. Caminó por los transitados pasillos, mirando escaparates sin buscar nada en particular. Encontró un par de zapatos italianos que le irían como un guante, pero al ver la cola que había en la tienda prefirió seguir siendo un desconocido transeúnte sin intenciones de cargar una bolsa de compra. Los minutos pasaban y se acercaba la hora en la que había quedado con su maravillosa esposa en la entrada de la tienda Zalko's, donde se rumoreaba que vendían las mejores corbatas y trajes de todo Svelven. Se detuvo en la puerta y observó lo que exponía la cristalería.

Precios disparatados, piezas únicas, ofertas para trajes a medida. Se rascó la cabeza para peinarse, a continuación, ese cabello grisáceo, no le gustaba ir con cualquier cosa descontrolada o fuera de lugar. Todo debía estar en su lugar. Estiró el brazo para subir la manga y observar las agujas del reloj, en un par de minutos Zephyr estaría ahí, seguramente con uno de sus trajes despampanantes que inspiraban a diseñadores parisinos. Suspiró y entró en la tienda, sin esperarla. Caminó por los pasillos, algo desorientado. No solía ir de compras, y odiaba las multitudes casi tanto como los dependientes que le estaban encima. Observó un dependiente de pintas femeninas echarle un ojo y acercarse, por lo que Emmanuel trazó un habilidoso recorrido para esquivarlo. Sí, Emmanuel jugaba al comecocos humano para eludir la responsabilidad de encararse a un vendedor agresivo, de eso siempre se encargaba su buena mujer. Porfavor, lleva ya.
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Mensaje por Zephyr L. Saiteck Mar Mar 08, 2011 3:25 pm


La limusina de color negro brillante recorría las calles de Svelven a una velocidad aceptable, no pasaba ni mucho menos desapercibida por sus dimensiones y sus cristales tintados en una búsqueda de intimidad, su carrocería brillaba bajo los rayos de sol incidentes de un simple día de la ciudad feliz; alguno giraba la cabeza al paso del automóvil, pero nadie se paraba más tiempo del necesario, todos sabían quién iba dentro, o al menos estaban cerca de adivinarlo, aunque adivinar quien era exactamente era algo complicado, todos y cada uno de los ciudadanos de Svelven reconocían aquel tipo de limusinas, fueran del color que fueran, los medios de transporte de la familia Saiteck. El vehículo recorrió sin detenerse pasando por las zonas más céntricas de la ciudad, en su interior dos mujeres se situaban sentadas una frente a otra en los sillones de tapizado de cuero beige, el conductor estaba separado de ellas como en todas las limusinas. Alcé la mirada para encontrarme frente a frente con mi hija mayor, Kyra, su rostro joven me devolvió una sonrisa sincera de esas que pocas veces se veían en su rostro, mi voz sonó fría como siempre, pero por lo menos no tuvo ni siquiera un deje de mal tono, para Kyra el noventa por ciento de las veces eran halagos.- Me alegra que hayas elegido el conjunto que te regalé… .

Si hay algo que adoraban las mujeres de los Saiteck era la ropa, la moda, los desfiles de los diseñadores más famosas, las tiendas de ropa donde te servían copas de champagne, los vestidos con colas más imposibles, los zapatos con agujas de infarto, los bolsos de tamaños innombrables… Oh si, lo adoraba, adoraba la moda como pocas cosas hacía más en mi vida, me coloqué bien el fular de colores rojizos que rodeaba mi cuello, la seda acarició con suavidad mi piel cansada a la vez que el vehículo al fin se detenía, habíamos llegado al sitio esperado, uno de los guardaespaldas ya conocidos por la familia abrió la puerta derecha y salí para clavar mi tacón rojo en la fría acera, los rayos de sol incidieron en mi pelo blanco que los reflejo al igual que mis amplias gafas de Sol. Ese no era el lugar a donde solíamos ir a comprar Kyra y yo, de hecho yo volvía del centro donde solíamos hacer las compras, pero había quedado ahí con Emmanuel, de modo que el hombre armario cerró la puerta tras de mí y la inmensurable limusina arrancó de nuevo llevándose con ella a mi hija quien sabe a dónde. Me coloqué bien las gafas mientras unos cuantos curiosos me miraban entretenidos por aquel nuevo espectáculo, alcé la barbilla con suavidad y mis pasos se dirigieron hacia la entrada del lugar con el guardaespaldas a mis espaldas.-Tómate el resto del día libre Gray..- El hombre asintió con la cabeza sin poder evitar una leve sonrisa y se sacó el pinganillo de la oreja para alejarse de mi lentamente. Me coloqué bien el enorme bolso en el hombro y me alisé la americana negra a conjunto con los pantalones hasta los tobillos del mismo color totalmente pegados a las mismas piernas que entraron en ese momento a la zona de compras. Inspiré hondo, no es que fuera una de esas repelentes que odiaban juntarse con la gente normal de su ciudad, pero realmente el leve olor a humanidad no es que me emocionara precisamente, en fin, al menos no se estaba mal del todo y la verdad era agradable pasar levemente desapercibida durante unos instantes, no me gustaba el centro de atención, eso implicaba que todo lo que hiciera lo iba a saber todo el mundo, y no, definitivamente no me había gracia.

No tardé en encontrar la tienda deseada, y el hombre deseado, una leve sonrisa apareció en la comisura de mis labios al verlo escabullirse entre hileras de percheros mirando con aversión a un hombre que vestía el polo morado de la firma de la tienda. Pero algo no me gustaba en todo aquello, quizá la manera en la cual el dependiente miraba a mi marido, alcé levemente una ceja en un gesto escéptico al notar sus maneras algo afeminadas, ¿con que eso era lo que tanto le interesaba? Fruncí los labios en una fina línea haciendo un alarde de mis incontrolables celos, los tacones rojos resonaron en toda la tienda hasta que frené de manera suave tras mi marido que por cierto tenía un cierto toque adorable con esa cara de desesperación por encontrar un agujero donde meterse. Yo sabía que no le gustaba ir de compras, pero odiaba tener que comprar algo para alguien que no se lo podía probar en el momento, resultaba estresante; el hombre-mujer se acercó a nosotros con esa sonrisa repugnante con la que te miran todos los dependientes y esa mirada de vicio. Eché el peso de mi cuerpo en una cadera mirándolo venir en silencio y recorriendo la mirada de arriba abajo, og que horror… Mechas rubias.



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Mensaje por Emmanuel Saiteck Miér Mar 09, 2011 10:14 am


No le gustaba. No le gustaba nada de nada. Ese hombre, de estatura media y proporciones delicadas, empezaba a ponerlo nervioso. Se adentró en el pasillo de las americanas y lo observó a través de las perchas, tratando de ser más listo que él y eludir la típica pregunta estúpida de ¿quiere que le ayude? No quería ayuda, menos comprando y, menos aún, de un hombre. El otro varón, sin borrar esa sonrisa tan plástica como coqueta, cambió el rumbo para acortar el rodeo valiéndose de sus conocimientos de la arquitectura de la tienda. Tratando de no perder los papeles, Emmanuel tragó y, serio y tenso, agarró una americana al azar para retroceder sobre sus pasos. Miraba de soslayo al hombre y a las ofertas de la tienda, tratando de no quedar maleducado pero sin permitirse el lujo de perderle de vista ni un segundo. Se refugió en la zona de las corbatas y agarró también un par al azar. El dependiente, incansable, siguió caminando tras él con esa media sonrisa que prometía cosas comprometidas. Lo que hacían por vender en esos tiempos que corrían.

Blasfemó en voz baja al ver que había quedado prácticamente acorralado en la zona de los calzoncillos de hombre. Se volteó sobre sus talones y, para su sorpresa, no vio al varón. ¿Habría tenido tanta suerte? Sin querer averiguar la respuesta, observó a su salvación llegar. Lejos de montar un blanco corcel, aquella persona que lo libraría del sufrimiento montaba y domaba un par de tacones de infarto. Subió la mirada de sus pies a su rostro, y allí estaba, entre tanta elegancia, su esposa. Un suspiro de alivio se le escapó inevitablemente justo antes de que ella se acercara. - Menos mal que ya has llegado, tenemos un problema al que no me apetece enfrentarme solo. - Murmulló al tenerla ya cerca, cometiendo el error de olvidarse del dependiente agresivamente afeminado. Se atrevió a referirse a aquello como un problema común de ambos para no sentirse él el idiota de la escena. En estas que el hombre apareció de nuevo, con las manos cruzadas en la espalda, burlándose de su huída. Habría jurado verlo balancearse sobre sus largos zapatos puntiagudos, de piel de cocodrilo. Instintivamente retrocedió medio paso y aferró contra su pecho las prendas escogidas al azar, tenso, como si se protegiera.

Su expresión se volvió más anciana, y sus irises grisáceos temblaron un poco mientras sus cuerdas vocales vibraban al susurrar algo que esparaba que sólo su fiel esposa pudiera llegar a oír. - Zephyr, dile que se vaya... - Eso fue cuanto el gran dictador y presidente de Svelven pudo decir, rodeado de calzoncillos pero sintiendose más valiente al tener a su lado a la más imponente figura femenina de toda la ciudad. Necesitaba ayuda, pero no para escoger ropa, sino para librarse de pasar los próximos treinta minutos bajo la atenta mirada de un hombre de sonrisa perfecta que le diría lo bien que le sentaba todo.
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Mensaje por Zephyr L. Saiteck Jue Mar 10, 2011 1:01 pm

Fruncí levemente el ceño al ver como él se escapaba de nuevo de mi vista, pero no pude evitar sonreír al descubrir de quién huía realmente, esperé con los brazos en jarras no muy lejos de la puerta a que ambos jugasen durante un rato al ratón y al gato y finalmente encontré el momento oportuno en el cual Emmanuel se había detenido aterrorizado junto a la sección de calzoncillos, apreté el paso con urgencia y solo una cosa en la cabeza, llegar antes que el estúpido de mechas rubias. Al fin llegué junto a mi marido que a pesar su traje oscuro, la corbata bien anudada, los zapatos relucientes y el rostro serio tenía un brillo en la mirada que le hacía parecer extremadamente adorable, o al menos para mí claro. Le sonreí con suavidad en un gesto casi imperceptible, no podía evitar relacionar aquella situación con Rolland de pequeño cuando decidía que su hermana estaba lo suficientemente susceptible como para no acercarse a más de dos pasillos y se dedicaba a esconderse tras los grandes jarrones de la recepción.

Pero el momento de recuerdo enternecedor no duró mucho, Emmanuel apretujó contra él la ropa que había ido escogiendo al azar y por cierto debo añadir que sin mucho criterio. No entendía muy bien aquel terror repentino por el dependiente con sonrisa ladeada pero la verdad no me hacía ninguna gracia que estuviera ahí tras de mi, me gustaba comprar sola, sin que nadie me molestase, y aquel interés fortuito del afeminado por mi marido me repateaba aún más. De modo que no me hice de rogar cuando Emmanuel me lo pidió y me giré hacia el que por lo visto según su chapa del polo se llamaba Daniel. -Creo que es evidente que no necesitamos ayuda..- Inspiré hondo comentando con leve indiferencia. “-Está segura señorita”- Su voz resultó ser aún más repulsiva que él mismo, tensé la mano derecha en torno al bolso, ¿señorita? ¿pero que se había creído ese? ¿Qué me iba por las noches a tomarme cubatas y bailar sobre las barras de los bares? Repliqué de nuevo con algo más de insistencia notando la presencia de Emmanuel a mis espaldas. Si por mi fuera le hubiera soltado cuatro gritos, pero la tienda estaba llena de gente y los rumores sobre el presidente y su mujer gritando como unos locos a un simple ayudante no iban a resultar de mucha ayuda. Recogí toda la paciencia de donde no había - Nos las arreglaremos solos… Señor… Gracias- Se noto algo de rechazo en mi tono pero de todas maneras no me preocupé más por él y le di directamente la espalda para mirar de nuevo a mi marido. -¿Has visto algo que te interese?- Mi tono de voz varió sorprendentemente al igual que la expresión de mi rostro que paso a ser tranquila y suave, incluso bajo las gafas de sol oscuras que aún llevaba puestas.


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Mensaje por Emmanuel Saiteck Dom Mar 13, 2011 5:24 am


Zephyr se encaró al dependiente de polo violeta sin más problema que el de no alzar demasiado el tono de voz ni propinarle una bofetada que lo dejara fuera de juego. Emmanuel, mientras, dispuso de algunos minutos, tal vez segundos, para quedarse contemplando ese perfil aristocrático del que su mujer siempre había gozado, desde su juventud ya lejana. Se le hacía tan amargamente difícil de quedársela mirando fijamente, que solía avergonzarse de sí mismo y castigarse obligándose a no mirarla más que en contadas ocasiones. Observó sus marcados pómulos, su recta nariz, su fija mirada detrás de las gafas. También sus labios moverse de un moco marcado y seco, como si temiera pronunciar más palabras de las adecuadas. Cuando el dependiente respondió, el varón Saiteck lo miró directamente y dejó que se le contagiara el sentimiento de altivez de Zephyr. Lo contempló de un modo despectivo y asintió a las palabras de su esposa, un poco por detrás de ella, dejando ver más de lo que le gustaría el hecho de que ella siempre iba por delante. Carraspeó para indicarle al dependiente que se marchara de una buena y santa vez antes de exhalar un suspiro resignado pero satisfecho. Gracias a Dios se marchó.

Inspiró y expiró un par de veces antes de darse cuenta de que apretaba la ropa contra su pecho con más fuerza de la necesaria. Aflojó el agarre y se percató de que había hecho aparecer incontables arrugas en sus prendas seleccionadas. Su esposa ahora lo contemplaba cara a cara, tras sus gafas oscuras. Cuando ella preguntó por la ropa, Emmanuel bajó la vista de nuevo a las prendas. Sabía de sobras que si le hubieran gustado no habría hecho esa pregunta, para su suerte o desgracia la conocía demasiado, así que dejó el monigote de prendas en un estante y negó con la cabeza, señal de no estar tal y como llegó: sin nada. Carraspeó un poco, mirando a su alrededor. El dependiente con aires femeninos estaba molestando a otros clientes, y eso indicaba que podrían comprar sin que les presionaran. No reprimió una media sonrisa de satisfacción. - Gracias por... Gracias. - Dijo de modo protocolario, haciendo uso de esos impecables modales que los Saiteck le habían impuesto desde su más tierna infancia. Recuperó de modo significativo su seriedad y alargó las manos para tomar, con excesivo cuidado, las gafas de ellas y sacárselas.

No lo hizo para molestarla, ni mucho menos. Dobló con cuidado una de las patillas de las gafas y la apoyó con cuidado en el borde superior de la blusa o camisa de ella, dejandolas allí colgadas. Ladeó la cabeza y no separó las manos de las gafas hasta que no estuvo seguro de que no iban a caerse. Asintió para sí mismo y se enderezó de nuevo, con aires solemnes y altivos. - Te cansarás la vista si las usas en interiores, deberías saberlo ya. - La regañó con suavidad, sin usar el mismo tono que emplearía para los criados o hijos. Nunca había considerado a su esposa alguien inferior, por lo que no tenía motivos para tratarla como tal. Volteó la vista, observando a su alrededor. Su expresión reflejó lo que estaba pensando. ¿Calzoncillos? Se asombró al ver los dibujos de las cajas. ¿Desde cuando se llevaban tan apretados? El cuerpo necesitaba respirar. Bufó suavemente y se anudó mejor la corbata. - Necesito algo elegante para la rueda de prensa del viernes. - Explicó a modo de recordatorio, por si Zephyr no lo recordaba o tenía en mente. En ese mensaje iba implícito que la necesitaba a ella y a su buen gusto, ya que si fuera por él aparecería con una camisa roja y una corbata verde oscuro. Y no, no era la mejor imagen que podía dar.
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